Poesía con nombre y apellidos
Una de las lacras que ha perseguido a la poesía es aquello que todo el mundo sabe acerca de los seudónimos. Existen multitud de evidencias prácticas que han ido demostrando que, afortunadamente, la sociedad se interesa en destapar muchos de aquellos nombres falsos que usaban cantidad de poetisas, ensayistas y novelistas exquisitas. Para ello, en mi opinión, es fundamental la labor en la educación. Al fin y al cabo, el primer contacto con la poesía, en el mayor de los casos, lo tenemos en la escuela. Allí es donde aprendemos que se entiende por poesía. Aquellos libros amarillentos y aquellos textos escritos en mitad de un papel encuadernado por notas a lápiz que cuentan y vuelven a contar las dichosas sílabas. Luego ya cada uno hace lo que le venga en gana con todo ello.
El éxito de romper todas esas cadenas está, definitivamente, en el uso e integración que se haga de la lírica en los inicios de la enseñanza. De su adecuado aprendizaje y fomento depende directamente poder llegar a entender qué es un seudónimo y todo lo que ello significa.
Un ejemplo de ello son todo tipo de concursos, pruebas o incentivos que motiven al alumno a leer poesía. Y no solo a leer, sino a intentar descubrir que hay detrás de alguien que escribe poesía. Los seudónimos, aparte de un enorme sopor y dolor, llevan consigo un gesto de valentía. Normalmente solían ser voces de mujeres que, oprimidas por la sociedad del momento, veían sus alas segadas por un machismo soberanamente incomprensible. Un grito pelado al mundo. Son las ganas incontenidas de decirle algo a alguien, algo que ha servido para que hoy sepamos que, detrás de los más grandes seudónimos de la historia se esconde el séquito de las mejores poetisas.
Fomento de la Poesía
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